«Con un nudo en la garganta»: persiste el acuerdo ancestral de compra y venta de niñas para el matrimonio Camila Rubio junio 21, 2021 MUNDO Nunca había abordado la práctica de las comunidades indígenas de la compra y venta de niñas para el matrimonio, cobertura que realicé junto a la videoperiodista Amaranta Marentes y el fotógrafo Pedro Pardo, quien fue freelance en Guerrero durante nueve años antes de ingresar a la oficina de la AFP en México. Lo habíamos intentado hace cuatro años, hablando con varias oenegés, investigadores y trabajadores sociales que estaban dispuestos a darnos información, pero todos tenían miedo de contactarnos con las víctimas directas. “Es algo muy delicado, no solo porque las víctimas pueden sufrir represalias de sus comunidades, también porque nosotros perdemos su confianza si algo sale mal y entonces se quedarían más solas”, me explicó en aquella ocasión una activista de Guerrero tras varias pláticas. Decidimos entonces dejar el asunto de lado, aunque sentía la obligación de abordar el tema, otra mancha en un México tristemente célebre por sus altos índices de violencia de género. Los niños en su casa en Juquila Yuvinani, municipio de Metlatonoc, estado de Guerrero, México, 16 de mayo de 2021. La oportunidad La oportunidad llegó algunas semanas atrás, cuando me enteré de que el titular de la oenegé Tlachinollán estaba muy molesto por el tono con que había abordado el tema un diario mexicano, en el que no había testimonios de víctimas. Decidí entonces volver a hablar con un activista de la subregión Montaña de Guerrero. “Guerrero no es como otras zonas del país conocidas por el tráfico de mujeres. Aquí la venta no es abierta”, me dijo enfático. “Si quieres escribir del tema ven, ve a hablar con la gente de la Montaña, conoce cómo viven, pero no estoy seguro de que consigas que te hablen víctimas, todas viven con miedo”, me advirtió. Finalmente di con una organización integrada por investigadores que durante los últimos seis años había trabajado en las comunidades donde se practica la compra-venta de niñas para el matrimonio. En la imagen, Cristina Moreno, 18, sostiene a su bebé en su casa de la aldea de Juquila Yuvinani, Metlatónoc, el 16 de mayo de 2021. “No se trata de ventas abiertas de mujeres, no queremos que se estigmatice a estas comunidades”, me advirtió uno de sus directivos, que finalmente accedió a contactarme con un traductor de mixteco que nos acompañó en el viaje. Pedro estaba entusiasmado: “Tenía gran interés en ir a conocer de cerca este fenómeno de esta región de la Montaña, concentradora de pobreza con índices de desarrollo humano muy bajos que algunos los comparan con los del África subsahariana, y donde antes había cubierto diversos temas, como la siembra de goma de opio, rituales ancestrales y el álgido movimiento magisterial”. Amaranta dijo sentir “toda la curiosidad” para “escuchar los testimonios” de las mujeres, pues se preguntaba “¿cómo debe sentirse saber que pagaron por ti, como un objeto?”. En menos de un día y medio armamos la logística del viaje, con las previsiones correspondientes de seguridad por tratarse de una zona donde operan al menos 14 cárteles de drogas. Después de siete horas de carretera, llegamos a Tlapa de Comonfort desde Ciudad de México, atravesando mares de montañas, parte de ellas conocidas como Cumbres de la Tentación, que lucen exuberantes una infinita tonalidad de verdes. Al día siguiente, al amanecer partimos al municipio más pobre dentro del ya empobrecido Guerrero: Metlatónoc. Allí llegamos tras otras dos horas de caminos estrechos y curvas cerradas, que por fortuna transitamos sin los clásicos diluvios de la temporada. En esta comunidad sureña enclavada entre las montañas, donde 93,4% de sus habitantes carece de servicios básicos y 58,7% tiene dificultades para alimentarse según datos oficiales, algunas familias intentan erradicar la compra-venta de niñas para el matrimonio, práctica que persiste en 66 pueblos de Guerrero y es origen de un círculo de abusos contra las mujeres y pobreza para los varones. «Las niñas quedan en absoluta vulnerabilidad. Su nueva familia las esclaviza con tareas domésticas y agrícolas» y a veces «los suegros abusan sexualmente de ellas», nos dijo Abel Barrera, antropólogo y dirigente de la ONG Tlachinollan. Las dotes que cobran los padres de las novias, que solo aceptan esposos de esta misma región, oscilan entre el equivalente a 2.000 y 18.000 dólares, según habitantes de la zona. Frustración e impotencia Desayunamos en una choza con las paredes tapizadas de hollín, al lado de una cocina donde las mujeres susurraban en mixteco. Teníamos claro que sería imposible pasar desapercibidos y diluirnos en el ambiente, como todo periodista intenta hacer para lograr mejores resultados. La clave sería entonces mostrar el mayor respeto, con un caminar y hablar pausado y una sonrisa discreta y, sobre todo, no fumar, algo altamente reprobado si lo hace una mujer. El acompañamiento del activista bilingüe Benito Mendoza fue determinante. Con él pudimos entrar a las casas de nuestros entrevistados, que a pesar de su extrema pobreza nos convidaron, sin preguntar si queríamos, su principal alimento: tortillas suaves y duras recién salidas del comal, con sal y salsa picante o chiles en escabeche. Con Mendoza recorrimos los pueblos montañosos de Yuvinani y Juquila Yuvinani donde el aire frío corta la cara. Entrevistamos a tantos hombres y mujeres como pudimos. Muchos de los hombres eran jóvenes, con mucho que opinar sobre la compra y venta de niñas pero poco dispuestos a hacerlo ante cámaras. Se declaraban frustrados, molestos e impotentes porque, argumentaban, los hombres también son víctimas, pues se les obliga a pagar sumas muy altas de dinero para poder casarse con quien eligen. Algunos tuvieron que vivir esclavizados en campos de tomate y chile en el norte de México o Estados Unidos para poder pagar las deudas adquiridas al casarse. “A veces nos tenemos que llevar a nuestros padres y hermanos pequeños también para que así no sean tantos años de deudas”, relató uno de ellos con rabia en su mirada. Cada vez son más las familias que rompen la tradición, pero casi nadie quiere decirlo públicamente. “Sufren violencia los que lo dicen”, dijo nuestro intérprete Mendoza. «Una señora, Maurilia, nos recibió en su casa con el fogón encendido, haciendo tortillas. Entre risueña y tímida, nos habló en mixteco sobre la importancia de abandonar esta práctica y nos dijo que ella no estaba dispuesta a vender a sus hijas, pues quiere que puedan volver a casa si no están bien en los hogares a los que lleguen”, recuerda Amaranta. “Ahí entendimos un punto clave: el hecho de pagar por una esposa impide a la mujer volver a la casa de sus padres”, agregó. Cada relato hacía más grueso el nudo en la garganta. Es imposible no imaginarse el trágico futuro que espera a las niñas que se esconden detrás de las faldas de sus madres. Un anciano que se negó a vender a sus hijas pero que fue obligado a comprar a sus nueras nos contó lo difícil que es que sus vecinos entiendan la urgencia de cortar con la tradición de la compra de mujeres. Con sus pequeños ojos enrojecidos, rogó que relatáramos la miseria en la que viven para llamar la atención de las autoridades y legisladores federales. El susto Tratamos de encontrar personas que defendieran la costumbre, pero nos fue imposible en la rápida misión de un sólo día, y restaba que Amaranta y Pedro tomaran imágenes. Nos situamos en una curva para una toma aérea y pocos segundos después de elevar al dron, un coche se detuvo en seco delante de nuestra camioneta y un hombre bajó rápidamente exigiendo explicaciones. Intenté acercarme para pedir disculpas por estar en su comunidad y explicar nuestra presencia, pero Benito me detuvo y me instó a guardar silencio. Tomó la palabra y en mixteco entabló rápidamente una conversación que le arrancó una sonrisa al desconocido. En Guerrero, esa situación pudo haberse transformado en una amenaza o ataque, pero en cuanto vi la sonrisa, retomé aliviada el aliento y continuamos con el trabajo. Todavía nos esperaban tres horas de carretera para volver al hotel en Tlapa de Comonfort -centro en torno al cual giran cientos de comunidades en su mayoría indígenas históricamente abandonadas por el gobierno- antes del atardecer. “Mejor váyanse antes de la tarde, de todos modos, aquí la gente no va a hablar de esa costumbre, que en el fondo apena a muchos”, nos dijo un lugareño. Antes de volver a Ciudad de México, en Tlapa de Comonfort nos hablaron de como la corrupción de las autoridades locales, que no interfieren en la violación de los derechos tanto de las niñas como de los jóvenes esposos. “Es bastante indignante encontrarte con historias como estas. Es muy complicado ponerse en el lugar de las personas inmersas en esta situación y más en el de las mujeres víctimas de esta práctica», consideró Pedro, quien quisiera que «el periodismo contribuyera a dar mayor visibilidad a los problemas de esa región, para que sea un lugar más justo».