Isabel Allende está considerada la escritora más leída en idioma español. Ha vendido más de 72 millones de libros desde que publicó La casa de los espíritus, en 1982.

En su nuevo libro, Mujeres del alma mía, defiende el feminismo con contundencia a través de algunos pasajes de su vida, ya de por sí novelescos, y habla del amor, de la vejez, del sexo, de las tres cosas juntas (se acaba de casar por tercera vez a los 77 años), de la lucha por la igualdad, de la rebelión contra el patriarcado y de cómo intentar superar la pérdida de una hija. 

De esto y mucho más habla en esta entrevista que le dio al periodista César Suárez, de la revista Telva, a través de Zoom, desde su casa en San Francisco, Estados Unidos:

—¿Qué tal lleva esta temporada?

—Qué tal llevas… Muy bien, porque en mi oficio cuanto mas silencio, soledad y tiempo tenga mejor. Estoy acostumbrada a estar sola. Pero ya empieza a pesarme… Llevamos ochos meses encerrados y ya se prolonga demasiado la luna de miel. Estoy a punto de asesinar al marido.

—¿Cuándo te casaste?

—Va a hacer…, ¿cuánto?, ¿un año? Me casé a los 77, eso demuestra que una sigue teniendo ganas de todo.

—¿Se enamora uno igual a esa edad?

—¡Claro! Es igual que en la juventud, exactamente lo mismo pero con un sentido de urgencia. ¿Cuántos días nos quedan juntos? Cada momento cuenta. Si hay una pelea tonta, o con motivo, una piensa que es un día menos en el calendario en que disfrutaste del amor. ¡Un día perdido!

—¿Entonces qué hacemos para no perder el amor con tonterías?

—La paciencia. Hay que hacer el esfuerzo de hablar cuando surge algún problema. Esto lo he aprendido, porque yo soy más de retirarme a mi silencio y refugiarme en la soledad. Pero esto en la pareja no funciona. Ando en ese trabajo… Y también estoy intentando no ser tan mandona.

—Vargas Llosa dijo que nuevamente enamorado en la vejez se sentía como Madame Bovary…

—¡Qué horror, Mario, con lo mal que lo pasó la pobre Bovary!

—Cuentas que eres romántica desde niña.

—Siempre lo he sido. Y sigo igual. Tal vez con menos impulso. Cuando era joven y tenía millones de hormonas me movía por pasión, a veces por el deseo sexual. A veces esto me llevaba a cometer errores que podían dañar a otras personas, incluso a mí misma. Pero me gusta la idea de estar enamorada y vivir en pareja. No he cambiado con la edad.

—¿Por qué eres rebelde?

—Me rebelo desde niña. Me rebelaba contra todo. Los niños son los más vulnerables y no se les deja decidir. Yo sentí eso muy claramente en la casa de mi abuelo, donde viví de pequeña. Era una casa grande y sombría, habitada por personajes extraños, como mi propio abuelo, el patriarca, mi madre, tan sentimental y enferma, tan inteligente, tan linda y tan frágil…

—Ahí empezó tu «enojo contra el machismo», como cuentas en tu libro.

—Comenzó en esos años, al ver a mi madre y a las empleadas de la casa como víctimas, subordinadas, sin recursos y sin voz, «la primera por haber desafiado las convenciones y las otras por ser pobres», como escribo en el libro.

—¿Cómo era tu vida en aquellos años de descubrimiento?

—Tenía un carácter obstinado y desafiante. Mi madre consultó a más de un médico para averiguar qué me pasaba, creía que estaba enferma. Recuerdo que me fijaba mucho en las empleadas de la casa. Allí había tres o cuatro empleadas, según la temporada, y era prácticamente servidumbre humana. Yo de niña ya notaba esa injusticia. La casa estaba dividida por una galería y al otro lado vivían nuestros sirvientes, que no tenían derechos ni libertades. No tenían nada. Yo tuve ese sentimiento de justicia desde niña. No sé de dónde lo saqué porque no teníamos un modelo. La diferencia de clases y la desigualdad continúan, como el racismo, que a día de hoy sigue contra los indígenas en Chile, aunque nadie lo dice.

—¿Y así conecta con el feminismo?

—¡Es lo mismo! Se trata de una injusticia a la que no se le ponía nombre. Yo sentía una gran rabia contra la autoridad masculina. Así que cuando me piden que defina el feminismo siempre digo que es una sublevación contra el patriarcado, contra toda autoridad masculina.

«Los cambios no se dan solos. Nadie cede un ápice del poder por las buenas».

—¿La rebeldía contra la injusticia justifica la violencia verbal, la resistencia aunque sea por la fuerza?

—Por supuesto. Mi madre decía: ‘Todo se puede hacer con elegancia y buenas maneras’. No estoy de acuerdo. No es posible cambiar las cosas sin hacer ruido, sin oponerte claramente al que tiene la fuerza. ¿Cómo consiguió el movimiento civil en Estados Unidos hacerse importante? Porque un millón de personas marcharon a Washington y fueron apaleadas y linchadas. Tuvieron que pelear. Si no hubieran protestado con contundencia, seguiríamos igual. Lo estamos viendo de nuevo con el Black Lives Matter. Si las mujeres no hubiesen protestado hoy no tendríamos ni derecho a voto. Cada revolución empieza con la rebeldía. Los cambios no se dan solos. Nadie cede un ápice del poder por las buenas.

—¿Cómo crees que van a afectar estos cambios y la presión social en las relaciones entre mujeres y hombres?

—No tiene por qué darse el extremo. Es de sentido común que tocar a alguien en el hombro no es acoso sexual. Hay mucha estupidez, pero sin duda las relaciones han cambiado. En mi generación, los hombres se sintieron agredidos, sintieron que se les movía el sitio, que las protestas de las mujeres eran algo contra ellos. Pero las generaciones más jóvenes, criadas por mujeres como, yo no lo sienten así. Para ellos casi es normal la paridad de género. Mis nietos ni se lo plantean. A mi hijo, que dirige mi Fundación, cuya misión es ayudar a las mujeres mas vulnerables, ni se le plantea un problema de machismo.

—¿Y sus nietos qué dicen?

—El otro día le dije a mi nieto Alejandro, que tiene 30 años: «¿Es que no piensas casarte (tiene novia desde hace tiempo)?». Y me respondió: «Mami, tengo 30 años ¡cómo me voy a casar ya! Claro, yo a esa edad tenía dos hijos. Ahora se tienen hijos mas allá de los 40. Todo eso ha cambiado. Te metes en la computadora y tienes una cita amorosa… No solo el feminismo cambia las relaciones, también la tecnología. Y creo que cambian para mejor. Antes una se casaba porque era la manera de poder acostarte con tu novio. Antes de la píldora las cosas eras más difíciles.

«Me arrepiento de que abandoné a mis hijos por irme detrás de un argentino. Les dejé tirados. Fue sólo un mes, pero aquel abandono les dejó marcados».

—Juan Luis Arsuaga dijo que el sexo sin reproducción era para él el mayor invento de la humanidad.

—Para las mujeres, sin ninguna duda. Cuando la mujer tiene control sobre su fertilidad puede salir a la calle a trabajar, independizarse económicamente y desarrollarse. Pero el patriarcado trata de quitarnos ese derecho bloqueando el aborto y limitando los anticonceptivos. Los conservadores quieren controlar el cuerpo de la mujer porque así creen que la controlan a ella.

—¿Qué echas de menos?

—Por supuesto Chile (Isabel nació en Lima, Perú, pero vivió en Santiago con su madre y sus hermanos desde los 3 a los 11 años, cuando fueron abandonados por su padre). Pero sobre todo el clan familiar… Yo salí de Chile temprano porque mi padre era diplomático, y me quedó esa cosa idealizada de la gran familia que se junta los domingos a almorzar, se come como si se fuera a acabar el mundo, se ríe, se discute, se dan gritos, todos se pelean como energúmenos y al siguiente domingo estamos juntos otra vez queriéndonos de nuevo.

—¿Es posible replicar aquello?

—He tratado de reproducir esa gran familia en Estados Unidos y me funcionó por un tiempo. Tenía una casa muy grande con piscina, fui adoptando gente y añadiéndola a la familia para construir un clan artificial… Pero los niños en este país se van fuera en cuanto tienen 18 años, como cerca, a otro estado. Mi familia se ha ido reduciendo progresivamente. Mi única verdadera familia, la más cercana, es mi hijo y mi nuera, porque mis nietos ya salieron disparados. Echo de menos aquel barullo en la cocina cuando nos juntábamos veintitantos en la casa y llegaban los chicos y hacían galletas y toda la casa olía a galletas… También echo en falta algunas amigas queridas, pero en general mi vida es muy entretenida.

—¿Las redes sociales unen o dispersan?

—Yo no le echo la culpa a la tecnología, sino a que el mundo cambia y somos muchos… Si no fuera por el Zoom, no podría hablar con mis nietos. Se ha vuelto todo muy materialista, es verdad, pero no quiero quedarme atrás y caer en eso de: «Pues en mis tempos…». No, estos son mis tiempos, vivo en el presente, o me adapto o perezco.

«Uno no supera la muerte de una hija. Con suerte, lo asimila»

—¿Qué hecho ha marcado tu vida?

—Con cada trauma que he tenido, la escritura ha venido a salvarme. Pienso que lo que me más me marcó fue el golpe militar en Chile [contra Salvador Allende, primo hermano de su padre], pero claro, sin ese golpe yo no habría escrito La casa de los espíritus y no estaría aquí conversando contigo ahora.

—Tu hija Paula falleció con 29 años, ¿cómo se supera un hecho tan terrible?

—No se supera, y no creo que nadie en realidad quiera superarlo. Uno, con suerte, lo asimila, y queda como algo dentro de ti bajo la piel. Cualquier cosa inesperada, un recuerdo, un detalle, trae el dolor de vuelta aunque sea brevemente. Por ejemplo, si pasa por la calle una chica flaquita con blue jeans, blusa blanca y cola de caballlo, y la veo por detrás, me parece que es mi hija Paula. Es un recuerdo lindo que duele por un momento y después se va dejando una tristeza dulce como la ternura. Así que no puedo decir que lo haya superado. Sólo lo he asimilado. Escribir el libro Paula me sirvió para entender que a ella no le quedaba otra salida que irse, y yo debía empezar a vivir de nuevo sin mi hija. (Paula Frías Allende murió en 1992, tras una temporada en coma debido a las complicaciones que le produjo la enfermedad de la porfiria. Isabel Allende publicó su libro autobiográfico Paula dos años después).

—¿De qué te arrepientes?

—Sobre todo me arrepiento de las cosas que he hecho sin darme cuenta, y que han podido hacer daño a alguien. A veces no tienes idea de cómo un simple chiste puede herir a alguien… Pero sobre todo me arrepiento de que abandoné a mis hijos por irme detrás de un argentino. Les dejé tirados. Fue sólo un mes, pero aquel abandono les dejó marcados. Yo les había sacado de Chile, del lugar donde se sentían seguros junto a su abuelo, me los llevé a Venezuela, y allí les abandono una temporada. Pasaron muchos años hasta que volvieron a tener confianza en mí. Lo que pagué por eso es brutal.

—¿En qué consiste tu vida, qué sueles hacer?

—Me gusta levantarme temprano. A las 5:30 ya estoy despierta porque no aguanto quieta en la cama. Desayuno, me baño, me pinto como si fuera a salir a cenar y saco a pasear a los perros. Después dedico al día a la escritura, que para mí es lo mas divertido. Contar una historia, investigar, encontrar un detalle… Esa labor me fascina. También me llegan muchos mails de lectores cada día y trato de responderlos a todos. Tengo tendencia a la soledad. Me molesta el ruido y la acumulación de gente. No voy a fiesta ni a cócteles. Cuando hacía firmas de libros especificaba en el contrato que nada de cenas de compromiso o cócteles después de la promoción del libro. Prefiero mil veces leer que conversar. La habladuría me aburre y me cansa.

—Todo trabajo intelectual…

—Bueno, también saco un rato para hacer gimnasia. A mi edad se necesita flexibilidad…