Melissa Lucio tiene casi 14 años encerrada en una prisión de Texas, sentenciada a muerte por el fallecimiento de su hija de dos años, Mariah. A 23 días de que le apliquen la inyección letal, decenas de organizaciones religiosas y de derechos humanos, legisladores estatales de ambos partidos, científicos que revisaron su caso, abogados que la defienden y cuatro de los jurados que la condenaron en 2008 piden que se le perdone la vida. Para ellos, el caso de esta hispana partió de una cadena de malentendidos que no fueron investigados ni siquiera por sus abogados y, como consecuencia, ella quedó en el corredor de la muerte.

La tarde del 17 de febrero de 2007, cuando los servicios de emergencia llegaron a asistir a una niña inconsciente, Melissa les explicó que dos días antes se había caído por la escalera de entrada a la casa. Lo que no les precisó la madre, es que ella se refería a la de la vivienda anterior, de la que justo se habían mudado el día que ocurrió el accidente. Tenía 14 escalones. Por eso el paramédico se extrañó cuando vio una casa de un solo piso con solo tres escalones en la entrada y una niña con múltiples moretones, muriendo. Y así, confundido, explicó su versión a la policía: «Pensaron que esas heridas no eran posibles tras una caída por esas escaleras y asumieron que su testimonio no era cierto. Eso hizo que el asunto evolucionara desde ese punto», explica a Univision Noticias Adrienne Larimer, una de las abogadas de Melissa Lucio.

Después de eso, la policía le realizó un interrogatorio «agresivo», considera Larimer, que sonaba como si ya hubieran decidido su condena. Aturdida por la muerte de su bebé y presionada para que admitiera el supuesto abuso a Mariah —que había negado más de 100 veces— Melissa Lucio dijo, ya entrada la madrugada: “No entiendo lo que usted quiere que diga. Me imagino que soy responsable”. Aunque los expertos que han revisado el caso aseguran que eso no puede ser considerado como una confesión, la Fiscalía usó la frase como prueba de admisión en el juicio. Para entonces, su abogado defensor no presentó a expertos forenses para rebatir a los fiscales y demostrar que Mariah podía haber muerto como consecuencia de un accidente, pero no por los golpes intencionales de una madre que no tenía antecedentes de violencia contra ninguno de sus 12 hijos.

Mientras Melissa fue condenada a muerte, su esposo, Robert Álvarez, fue acusado de causar heridas a la niña «por omisión». A él le dieron cuatro años de cárcel y ya es un hombre libre.

«La ejecución de Melissa Lucio sería un error judicial histórico», se lee en la petición con la que sus abogados piden a la Junta de Indultos y de Libertad Condicional de Texas y al gobernador Greg Abbott que le conmuten la pena por una más leve o que al menos aplacen la ejecución 120 días. «La junta (que debe hacer una recomendación al gobernador) tiene el poder de evitar la ejecución de una mujer condenada erróneamente y de evitarle a esta familia la angustia de perder a Melissa».

Melissa Lucio, de 53 años, le contó en una carta al papa Francisco lo que pasó después de su sentencia y cómo construyó su camino hacia Dios como preparación para la muerte. «Por muchos años, he estado aquí con una sensación de vacío y de pérdida. Mucha desesperanza y soledad», le escribió. «Una parte de mí sintió que no me merecía estar viva. Mis hijos son todo para mí, pero también sé que mis errores y malas decisiones le han causado mucho dolor a ellos. Sentí el peso de esa culpa caer sobre mí al punto de que perdí la esperanza. Y allí fue que mi Dios me encontró, con mi corazón y mi espíritu rotos en muchos pedazos».

Larimer cuenta que con los años Melissa, la primera hispana condenada a muerte en Texas, se ha convertido en una mujer de una fe fuerte y llena de esperanza. «Creo que es tan positiva como puede bajo estas circunstancias, pero es trágico al mismo tiempo», asegura. Además de un cúmulo de agresiones sexuales y abusos que vivió desde los seis años, Melissa siguió siendo víctima en sus dos matrimonios. Y con Mariah no solo se murió una hija sino que los perdió a todos, incluso a los gemelos que tuvo en prisión pero que no volvió a ver después de que los entregó en adopción.