A los 17 años de edad, María Carolina Santana Caraballo-Gramcko tenía muy claro su futuro: era 2007 y al terminar el bachillerato en el Colegio Integral El Ávila tenía previsto estudiar Composición en el Instituto Universitario de Estudios Musicales (Iudem), una formación que combinaría con sus clases en la Escuela Superior de Audio y Acústica en Chacao.

Pero todo cambió cuando se presentó la oportunidad de estudiar francés en París: llegó como niñera a casa de una familia amiga de sus padres para practicar el idioma y a partir de ese momento sintió que su vida ya no sería la misma.

“Lo pensé mucho porque mi sueño era estudiar en el Iudem. Pero sentía que tenía mucho tiempo por delante. Podía estudiar francés y regresar. Una experiencia importante para alguien con 17 años. Pero París fue un mundo de ensueño que me abrió sus puertas, una de las mejores oportunidades de mi vida. Llegar a una ciudad, a un país donde respirabas arte me cambió la vida. Quedarme ha sido una de las mejores decisiones que me tomado”, recuerda hoy la caraqueña de 31 años de edad.

Precisamente arte era lo que había respirado en su casa desde pequeña, gracias a su abuelo Manuel Henrique Caraballo-Gramcko y a su tía abuela María Angelina Celis. Él, ingeniero de sonido, amante del cine y la música, que participó en la grabación de importantes producciones discográficas en el país, entre ellas de Billo’s Caracas Boys; y ella, asesora de José Antonio Abreu en el sistema de orquestas y luego directora de Producción, Promoción y Desarrollo en la institución de la que se jubiló hace una década.

El primer instrumento que tuvo entre sus manos María Carolina Santana fue una guitarra clásica, porque inicialmente quería ser músico. Tomó clases con Bartolomé Díaz, alumno de Antonio Lauro. Pero su obsesión desde pequeña fue el piano. Lo estudió por un tiempo hasta que se encontró con la percusión. Y hasta hoy no ha dejado de hacer sonar los cueros. “Fue un descubrimiento maravilloso, toqué la batería en las gaitas del colegio y apenas llegué a París comencé a estudiar Percusión Orquestal en el Conservatorio Nacional Superior de Música y Danza”.

Su formación continúa: toma clases de percusión y cuatro en París con el destacado músico Cristóbal Soto, hijo del artista plástico Jesús Soto. “Conocer a Cristóbal ha sido una experiencia maravillosa. Gracias a él he tocado, cantado y me mantengo conectada con mis raíces venezolanas. Porque yo extraño mi país, extraño Caracas todos los días de mi vida”, dice en una fría pero soleada mañana parisina.

A medida que fue pasando el tiempo, a la idea de ser músico y estudiar composición se sumó, más en serio, la pasión inculcada por el abuelo: la ingeniería de sonido. “En algún momento entendí que era una extensión de ser músico, era la oportunidad de darle voz a otros músicos, de ayudarlos. Y de canalizar todas esas pasiones que tenía y que abrazaba desde niña”.

Fue así como se matriculó en la Middlesex University London para estudiar Ingeniería de Sonido. “Es una universidad inglesa con una extensión en París y fue una manera de homenajear a mi abuelo, que hizo antes el mismo camino que yo: me gradué en Londres, donde también lo hizo él”.

Mientras estaba estudiando realizó pasantías en diversos estudios. Terminó en uno donde el ingeniero en jefe se especializaba en cine. Y un día decidió emprender camino en solitario: un estudio de posproducción con sala de mezclas y edición en la que se trabajaba con imagen y sonido. “Buscaban a alguien con mi experiencia y estaba feliz porque podía unir las dos áreas que me apasionan”, cuenta Santana.

Comenzó asistiendo a mezcladores y editores en muchos proyectos relacionados con cine y discos. Había encontrado el trabajo ideal, no tenía ninguna duda de que era eso a lo que se quería dedicar. Entonces también trabajaba con sus amigos de la universidad en un local que habían alquilado para hacer grabaciones musicales en las que, además, participaba como instrumentista.

“No soy músico profesional. Soy ingeniero de sonido, pero mi corazón es musical”, dice María Carolina, para quien la música es una manera de comunicarse que ahora complementa con su carrera. “Las dos son un idioma que me permite relacionarme con la gente”.

A través de ese oficio que tanto ama comenzó a relacionarse con importantes ingenieros de sonido en Francia y llegó a reconocidos proyectos cinematográficos en los que figuran sus créditos como editora musical e ingeniero de masterización: El oficial y el espía de Roman Polanski, El cuervo blanco de Ralph Fiennes; Van Gogh, a las puertas de la eternidad de Julian Schnabel, entre muchas otras películas y documentales.

“Todo se ha ido dando poco a poco. Desde que llegué a esta ciudad traté de buscar familia en todo lo que hacía y cada proyecto que se presentaba era porque había construido una comunidad desde el primer estudio en el que trabajé. Cada encuentro me llevaba a una nueva posibilidad de vincularme con más y mejor gente. Y yo soy el resultado de todo eso”, señala María Carolina Santana.

En Francia, donde pudiera pensarse que el mundo del cine no es tan grande pero sí muy competitivo, quienes trabajan en el área de ingeniería de sonido decidieron crear un colectivo para unir fuerzas y mirar más allá de sus diferencias. Y fue gracias a este grupo que la venezolana llegó a la película Sound of Metal, la historia de un baterista de una banda de heavy metal que pierde la audición. Tiene seis nominaciones al Oscar, entre ellas Mejor Sonido.

En diciembre de 2018, Santana recibió una llamada de un compañero del colectivo de ingenieros. Buscaban a una persona que tuviera conocimientos musicales, que fuese ingeniero de sonido y que hablara español, francés e inglés. Una descripción que la definía.

Nicolas Becker, ingeniero en jefe de la película, viajó a Francia para conocer a parte del equipo. Las primeras sesiones de trabajo fueron en el Institut de Recherche et Coordination Acoustique/Musique, centro de investigación sobre acústica y música fundado en 1970. “Estuvimos aislados, escuchando nuestros sonidos internos, fue una suerte de introspección sonora y reflexiva para comenzar a trabajar en la película”. Estuvieron dos meses en París, luego uno en Los Ángeles, y mes y medio en Ciudad de México.

“Ser parte de este proyecto fue una sucesión de bonitos encuentros: el primero fue con Nicolas Becker (Gravity, Arrivals y 127 horas), diseñador de sonido y recreador de sonidos en la sala de posproducción, quien me permitió embarcarme en esta aventura y me dio enormes responsabilidades. Tuve la suerte de trabajar en el estudio del productor e ingeniero brasileño-estadounidense Mario Caldato jr., quien ha trabajado con Bestie Boys, Jack Johnson y Seu Jorge. Allí realizamos el diseño sonoro de la película y grabamos parte de la música. Luego hicimos la mezcla en el estudio de posproducción Splendor Omnia del gran director mexicano Carlos Reygadas con tres increíbles mezcladores: Carlos Cortés (Nuestro Tiempo, John and The Hole), Jaime Baksht y Michelle Couttolenc (El laberinto del fauno, Roma)”, comenta Santana.

“Esto fue posible -agrega- gracias a la comunidad creada alrededor de la película por el director Darius Marder, quien buscaba que viviéramos de la forma más auténtica el proceso de creación, que naciera de un lugar muy personal. Junto con su hermano Abraham Marder, quien coescribió el guion y compuso la música, y un productor fuera de serie como lo fue Sacha Ben Harroche, pudimos compartir una experiencia única e inolvidable”, recuerda.

En París fue la técnico responsable del estudio. En Los Ángeles se encargó de la instalación de las salas en las que iban a trabajar y luego asumió el montaje de los sonidos directos de la película (que se graban sincronizados con la cámara), de la música, del sonido de los conciertos y de las transiciones del protagonista de la película hacia la pérdida de la audición. “Ese diseño sonoro fue mío”, dice con orgullo.

Divide su trabajo como ingeniera de sonido en tres etapas: la preproducción, el rodaje y la posproducción, el área que más la ocupa. “Dependiendo de la película y del director, nos llaman incluso antes del rodaje para que estemos presente en la lectura del guion, para conocer los escenarios. Después vamos a la filmación, no siempre, aunque es lo ideal, y discutimos con el ingeniero que graba todo el audio de la película”.

Luego, dice Santana, puede crear un banco de sonidos para la película que se corresponda con los diferentes sets. Y en posproducción se encarga del montaje de los sonidos directos. Todo con el objetivo de dar profundidad, crear atmósferas y nuevos sentimientos a partir de lo que se escucha. Finalmente se realiza la mezcla, que no es otra cosa que equilibrar todos los sonidos que dan forma a la película.