Hace unos días, la historia de un pequeño laboratorio alemán independiente (dirigido por un médico de 74 años) que habría creado su propia vacuna contra el coronavirus. Sobre todo, por el aire de David contra Goliat que tenían algunas de las declaraciones del propio investigador: «si resulta que mi proceso funciona, entonces las patentes de los demás no son válidas. Porque entonces cualquiera podría hacer una vacuna«.

Es una buena historia, pero no encaja bien con la realidad. Porque lo cierto es que hoy por hoy, con medios muy básicos y un conocimiento técnico no demasiado avanzado cualquiera puede producir su propia vacuna. Esto lo que descubrió johnswentworth, un usuario de LessWrong, que se preguntó en diciembre cómo de difícil sería hacer una vacuna para uno mismo.

Todos los caminos lo llevaron a RaDVaC, un proyecto colaborativo y open source para el desarrollo rápido de vacunas que, entre sus más de 100 científicos e investigadores, cuenta con firmas tan potentes como la del famoso profesor de genética de Harvard George Church. RaDVaC es solo un ejemplo entre muchos, pero quizás sea el mejor para entender el potencial y las limitaciones de las vacunas DIY.

¿Cómo es fabricarse una vacuna contra el coronavirus?

Sorprendentemente sencillo y al alcance de casi cualquier laboratorio amateur. La vacuna de RaDVaC funciona, como la de Vector de la que os hablamos hace unos días, a partir de péptidos sintéticos. Es decir, usa pequeños trozos de las proteínas del virus para intentar generar inmunidad. Hoy por hoy, como señalaba el propio johnswentworth, existen numerosas empresas que se dedican a sintetizar péptidos bajo demanda y que, con muy pocas restricciones, te envían viales en perfectas condiciones a casa.

Esto es interesante porque era lo que buscaban los impulsores del proyecto. Desde el principio en RaDVaC creían que «las infraestructuras sanitarias, comerciales y regulatorias existentes no habían logrado proporcionar una vacuna para proteger a la humanidad, especialmente a los más vulnerables, contra la pandemia». Por ello, en la mejor tradición de la ciencia ciudadana, se propusieron crear «una vacuna contra el SARS-CoV-2 de código abierto» que fuera fácil de hacer con materiales fácilmente disponibles.

Para ello, sintetizaron «décadas de literatura científica» en modelos probados para desarrollar, producir y autoadministrar vacunas intranasales en un pdf de 69 páginas. El white paper describe con muchísimo detalle todo el proceso de fabricación y prepraración de una vacuna de uso personal. Por sí mismo, aunque no se tenga intención de crear nada, es una lectura fascinante para entender el estado de la ciencia amateur hoy en día.

Pues bien, con ese documento en las manos y el background técnico de sus años de licenciatura, johnswentworth decidió ponerse manos a la obra y preparar su propia vacuna. Sobre todo, porque al margen de los péptidos, todos los excipientes y materiales necesarios para la preparación del aspirable se podían encontrar en Amazon sin problema.

Como describe en su artículo, aunque no son triviales las técnicas necesarias para poner en marcha el proceso son asequibles para alguien familiarizado con un laboratorio: basta con hacer disoluciones, preparar los péptidos y mezclarlos usando un aplaca de agitación.

Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Por qué no estamos haciendo vacunas?

Elena Mozhvilo Jmkr1x0re A Unsplash

El problema, lamentablemente, es todo lo demás. Y es que, hasta este punto, solo hemos recorrido la parte sencilla del proceso. Se suele «poner en valor» que Moderna tardó solo dos días en desarrollar su vacuna. Pero esto es sorprendente solo en la medida en que es una tecnología nueva. Los investigadores de Oxford, Gamaleya, CanSino o Vector tardaron mucho menos en saber cómo iba a ser su vacuna: hacer vacunas es fácil, lo difícil es que funcionen correctamente y producirlas a nivel industrial.

El ejemplo paradigmático es la vacuna de Oxford. Los investigadores de la Universidad inglesa llevaban más de una década desarrollando la tecnología que les permitiría crear rápidamente una vacuna y, precisamente por eso, todo el mundo sabía que era una apuesta bastante segura. Sin embargo, lo que no tenían era la capacidad para acometer ensayos clínicos a nivel internacional que aseguraran la efectividad y seguridad de su candidata. Tampoco contaban con las estructuras logísticas y productivas para producir millones de dosis. Por eso se alió con AstraZeneca y, por eso, podemos considerar RaDVaC como una vacuna artesanal: la pandemia es una amenaza global.

Si nos fijamos en el documento de RaCVaC veremos que, según ellos, más de cien personas se han inoculado con la vacuna, la falta de datos sobre cómo les ha ido, los efectos secundarios y la inmunidad generada. Es cierto que han escogido la vía más segura para producir una vacuna y que la posibilidad de que se generen problemas (comparándola con cualquier otra vacuna) es muy baja. Diariamente, aspiramos un innumerable número de péptidos sin que eso nos genere problemas de salud. Sin embargo, como bien sabemos, eso no quiere decir nada.

Los protocolos y procedimientos existen porque la historia está pavimentada de proyectos bienintencionados que acabaron muy mal. Y, por lo que sabemos hasta ahora, estas vacunas DIY son proyectos que funcionan en teoría, pero que no sabemos si funciona en la práctica. No hay datos que lo avalen. Es decir, comparten con el biohacking la misma incapacidad de pagar con resultados los cheques que extienden con su entusiasmo.