Mitch McConnell, el cortafuegos republicano en el Senado. Camila Rubio noviembre 19, 2020 MUNDO “Que yo siga siendo el líder de la mayoría en el Senado es el cortafuegos contra el desastre”. En esta frase, el desastre, es una mayoría demócrata en el Congreso de Estados Unidos y un presidente demócrata en la Casa Blanca. El cortafuegos es Mitch McConnell, senador republicano por Kentucky. Se puede argumentar que Donald Trump ha sido una de las personas con más poder sobre el Partido Republicano en este siglo. Pero McConnell ha sido, y sigue siendo, la llave de ese poder, el que ha decidido de verdad lo que se hace y lo que no. Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, ya no hay duda. Mitch McConnell es el republicano más poderoso de Estados Unidos. A los 78 años, se prepara para ser la última línea de defensa del conservadurismo en Washington. Addison Mitchell McConnell Jr. es desde hace una década el rostro del poder republicano en los pasillos de Washington como Nancy Pelosi lo es del poder demócrata. Tiene la misma edad que Joe Biden y una carrera parecida. Pero mientras Biden lleva cuatro décadas queriendo ser presidente de Estados Unidos, McConnell vio colmadas todas sus ambiciones al llegar en 2014 al puesto de líder de la mayoría en el Senado, una Cámara con amplias funciones constitucionales, como el nombramiento de puestos federales. Ahí ha demostrado que con un buen conocimiento del proceso legislativo y de su grupo parlamentario, se puede ejercer un poder ineludible en el entramado constitucional de EE UU. McConnell ha sido el cuello de botella por el que han tenido que pasar Barack Obama, Donald Trump y Nancy Pelosi. Tiene una coraza notable para las críticas que le permite incurrir en contradicciones ignorando absolutamente lo que se diga de él. McConnell es un tipo tan soso y metido en sí mismo como eficiente. Los propios republicanos se refieren a él como el cerrojo, por lo introvertido que es y lo poco que comparte sobre su vida. Está casado en segundas nupcias con Elaine Chao, la actual secretaria de Transporte, y tiene tres hijas de un matrimonio anterior. En su autobiografía, The long game (Juego a largo plazo), atribuye en parte su dureza y paciencia a haber padecido polio a los dos años de edad, en 1944. Faltaban diez años para que se descubriera la vacuna. El niño McConnell quedó parcialmente paralizado. Mientras los otros niños aprendían a correr y saltar, para él salir de su cama era un sufrimiento, relata. Hizo rehabilitación con su madre hasta que finalmente logró caminar, a la edad de cuatro años. Su carrera política empieza en los años setenta, como la de Biden, y entró en el Senado en 1985, considerado entonces como un republicano moderado y pragmático. Su obsesión por el procedimiento le ganó fama de institucional, alguien dispuesto a defender la independencia y el poder de la institución del Senado por encima de ideologías. Como líder de la minoría republicana, utilizó a fondo la norma del filibuster (que permite a la minoría retrasar las decisiones hasta hundirlas). Hasta que alcanzó el poder de verdad. Su llegada al puesto de líder de la mayoría, en 2014, supuso de facto el fin de la presidencia de Barack Obama y la preparación del camino para la llegada de alguien como Donald Trump, quizá una consecuencia no esperada del híper partidismo que impuso en Capitolio. Mitch McConnell, rodeado de periodistas el pasado día 9 en el Senado. El objetivo a largo plazo de McConnell ha sido cimentar el poder conservador en Washington más allá de lo que puedan decir las urnas. En esa estrategia, “la contribución más duradera” que se puede hacer es nombrar jueces federales. Los jueces, como los miembros de la Administración, los propone el presidente y los confirma el Senado por mayoría. Durante el Gobierno de Obama, McConnell bloqueó más de 100 puestos de jueces federales. Su mayor contribución a la causa del conservadurismo a largo plazo fue bloquear el nombramiento de un magistrado del Supremo que le correspondía nombrar a Obama. El nominado, Merrick Garland, ni siquiera fue recibido en el Senado para comparecer. McConnell, simplemente, ni lo puso en la agenda. Esa vacante en el Supremo fue una de las razones principales que llevaron a la derecha religiosa y a todo el Partido Republicano, escandalizado con Trump, a votar por él de todas maneras en 2016. La palanca electoral creada por McConnell de la nada fue fundamental para aquella sorpresiva movilización. De pronto, los republicanos se encontraron con todo el poder. Trump ha nombrado en su mandato más de 200 jueces federales, un tercio de todo este nivel judicial. En algunos casos se trata de jóvenes muy ideologizados, que ocuparán el cargo de por vida. Además, pudo nombrar a un magistrado conservador, Neil Gorsuch, para el puesto que iba a ocupar Garland. McConnell no tuvo ningún problema en eliminar la regla que permitía a la minoría bloquear un nombramiento de este tipo sin consenso. Trump ha nombrado dos magistrados más. La última, Amy Coney Barrett, cuya confirmación pilotó McConnell de manera exprés en menos de un mes antes de las elecciones. “Creo que es la cosa con más consecuencias que hayamos hecho en los últimos cuatro años, y la que más va a durar”, ha reconocido McConnell. El senador y Trump van a dejar tras de sí una mayoría conservadora en el Supremo de 6-3 que durará años, a pesar de que los republicanos solo han ganado la mayoría de los votos en una elección (2004) de las últimas ocho presidenciales. En el resto, ha ejercido un duro control sobre el proceso legislativo. El propio Trump expresó su frustración con McConnell en el primer año de presidencia hasta que entendió que no tenía nada que hacer. Trump intentaba legislar a ritmo de Twitter, pero las cosas en estos cuatro años se han hecho al ritmo de McConnell. El líder de la mayoría le ha negado sistemáticamente, por ejemplo, incluir en los presupuestos los fondos para construir su muro fronterizo. Trump tuvo que recurrir a una emergencia nacional para desviar fondos del Ejército y poder iniciar la construcción. Para los demócratas ha sido aún peor. La líder demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, llama a McConnell “la parca” porque manda al cementerio los cientos de leyes que le ha enviado la Cámara baja desde que está controlada por los demócratas. McConnell lleva el apodo con orgullo. Lo utilizó en un evento republicano en el que prometió matar cualquier legislación que considera izquierdista si mantenía su poder en el Senado, como el plan contra el cambio climático llamado Green New Deal: “Pensad en mí como la parca. Ninguna cosa de esas va a ser aprobada”. Solo hay un apodo que ha sacado de sus casillas a este político con piel de rinoceronte: Moscow Mitch (Mitch, el de Moscú), un nombre que comenzó a circular cuando el republicano bloqueó dos leyes demócratas que pretendían reforzar la seguridad de las elecciones, tras la advertencia de que Rusia planeaba interferir en la contienda de 2020 como hizo en 2016. “Esto es McCartismo moderno”, dijo McConnell en una entrevista, muy irritado con la idea de que se le llame traidor después de tantos años en política. “Me puedo reír de cosas como la parca, pero llamarme Moscow Mitch es pasarse de la raya”. Por supuesto, la izquierda de los demócratas no ha dejado de utilizarlo. Con la llegada de Biden a la Casa Blanca, todas las miradas están puestas en McConnell y su capacidad de bloquear al nuevo presidente. Hasta este sábado no había hablado. En la apertura del periodo de sesiones, la semana pasada, McConnell rompió con la tradición y se negó a reconocer la victoria de Biden, argumentando que el presidente tiene derecho a recurrir a los tribunales y que no pasa nada por esperar. En su estilo más auténtico, revistió de normalidad procedimental lo que es un asalto a las costuras de la democracia de EE UU. McConnell y Biden se conocen desde hace tres décadas y han negociado leyes juntos. No está claro que sean amigos. “Esta es una batalla por nuestro modo de vida”, llegó a decir McConnell en la campaña electoral. No se refería a Trump, sino a su mayoría en el Senado. El grupo republicano se ha defendido muy bien en las urnas y McConnell solo ha perdido un escaño. Pero está pendiente de dos escaños en Georgia que se decidirán en una segunda vuelta el 5 de enero. De esos dos escaños depende que McConnell siga siendo el republicano más poderoso de Washington, o que pase a la irrelevancia. En sus propias palabras, el desastre.