Del desprecio sistemático a la evidencia científica: cómo los datos publicados en The Lancet modificaron la percepción de la Sputnik V en el mundo Camila Rubio febrero 5, 2021 SALUD El mismo día en que las autoridades sanitarias rusas registraron la vacuna Sputnik V, la periodista española Pilar García de la Granja, empleada del grupo Mediaset y corresponsal del canal Telecinco en EE.UU., expresó de manera tan contundente como gráfica su rechazo al nuevo fármaco: «Yo no me pongo la vacuna de Putin ni atada», escribió en Twitter. Más allá de la muy relativa importancia de su decisión personal, su reacción visceral e inmediata, disparada como un acto reflejo frente a la mera aparición en escena de una vacuna rusa, sirve al menos como muestra de una actitud lamentablemente extendida en el espectro mediático de Occidente, en especial entre los voceros periodísticos de los poderes más conservadores de cada país, aunque no solo ahí. La referencia a la Sputnik V como «la vacuna de Putin» es también una constante en el discurso de sus inmediatos detractores, lo que pone en evidencia que su rechazo y su desconfianza tienen un carácter mucho más político e ideológico que científico. En un «análisis» del 12 de agosto, la cadena CNN llegó a cuestionar directamente si «una vacuna de Vladímir Putin» era digna de confianza, dejando de lado cualquier consideración sobre sus bases biológicas, sobre las que, como veremos, ya había información disponible. Producción de la vacuna Sputnik V en una instalación de San Petersburgo (Rusia), 4 de diciembre de 2020. Ahora, la vacuna rusa ya cuenta con el respaldo de la comunidad científica internacional, certificado con la publicación de sus resultados inmunológicos en la reconocida revista The Lancet, que confirma una eficacia de más del 91% y la ausencia de efectos adversos graves. Ello ha contribuido decisivamente a rebajar el clamor crítico contra el fármaco desarrollado en Moscú, y ha puesto en evidencia, retrospectivamente, la innecesaria inflamación mediática y el alarmismo informativo que cundió como reacción primaria de Occidente ante una propuesta rusa para atajar una crisis sanitaria que nos afecta a todos. ¿Información científica? Prefiero mis prejuicios, gracias Si bien tenía cierta lógica mostrar cierta extrañeza, e incluso inquietud, ante el anuncio temprano de una vacuna pocos meses después del estallido de la pandemia, también era posible informarse mínimamente sobre las causas estructurales de esa rapidez, en lugar de lanzarse a ciegas a condenarla sin juicio previo. Lo cierto es que los raíles biotecnológicos por los que avanzó el desarrollo de la vacuna Sputnik V estaban ya construidos hacía años, y resultaron clave en la rapidez con la que se ha obtenido el fármaco. Ello, unido a un trámite burocrático acelerado por las autoridades rusas en ágil respuesta a la emergencia sanitaria –muy similar, por otra parte, al practicado en el resto de países que trataban de impulsar sus vacunas– , explica en buena medida el tiempo récord logrado en el registro de la Sputnik V. Por concretar un poco más: en una entrevista concedida a Meduza, a finales de julio de 2020, el microbiólogo Denis Logunov, creador de la vacuna Sputnik V, explicó que, en el momento en el que surgió la necesidad de hacer frente al SARS-CoV-2, su laboratorio tenía ya avanzado un proyecto vacunal contra el MERS, «el hermano más cercano del grupo de los betacoronavirus». «Fue mucho trabajo, habíamos llegado a la segunda fase de ensayos clínicos», recuerda el científico. «Por eso, cuando apareció otro coronavirus, no tuvimos dudas sobre qué y cómo hacer. No hubo angustia creativa. Fue literalmente copiar y pegar». Años antes, además, se habían establecido ya las bases químicas del funcionamiento inmunológico de la actual Sputnik V, durante el desarrollo de una vacuna contra el ébola por parte del Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya, la misma institución que ofrece ahora el antígeno contra el covid-19. En resumen, el desarrollo de la vacuna Sputnik no empezó de cero tras la aparición del nuevo coronavirus, sino que partió de un trabajo científico muy avanzado ya, en el que simplemente fue necesario implementar modificaciones. ¿Sirvió esta información para comprender mejor la velocidad del desarrollo de la vacuna Sputinik V y ampliar, aunque fuese mínimamente, el margen de confianza que se le concedía en Occidente? Obviamente no: la vacuna seguía siendo, al fin y al cabo, «de Vladímir Putin». «No tenemos por qué creer a Putin» El abordaje que el diario español El País ha hecho del desarrollo de la Sputnik V ejemplifica perfectamente este tránsito entre el desmedido descrédito inicial y la aceptación de un dictamen científico favorable. El día 13 de agosto, dos días después del registro de la vacuna en territorio ruso, su sección de opinión albergaba un artículo titulado, con restallante originalidad, ‘La vacuna de Putin’, que incluía frases como: «El remedio ruso contra el coronavirus solo tiene de novedoso haberse saltado todas las normas» u otras reflexiones tan científicas como «no tenemos por qué creer a Putin». El mismo periódico reconoce este mismo martes, tras la publicación de The Lancet, que «la vacuna rusa Sputnik V está venciendo poco a poco el escepticismo generalizado con el que fue recibida en la comunidad científica internacional», en una nota que reporta fielmente el reconocimiento recién obtenido en Occidente, pero que tiene a bien recordar, por si acaso, que «el presidente ruso, Vladímir Putin, ha utilizado la vacuna con fines propagandísticos desde el primer momento». El contraste entre ambas publicaciones no ha pasado desapercibido para el público, que lo ha criticado en las redes sociales. Otros medios españoles como El Confidencial también se lanzaron en su momento a desacreditar la propuesta vacunológica rusa, con la terminología despectiva que ya empezaba a ser habitual en aquellos días de mediados de agosto. En uno de sus artículos, en el que se refieren a la Sputnik V, con inusitado ingenio, como «la vacuna de Putin», comentan el anuncio mediante el que Rusia informó al mundo de su proyecto inmunológico. El sumario del artículo tiene cierto valor documental, en la medida en que resume con bastante precisión cuál era el clima de opinión dominante entre los medios de comunicación occidentales (incluidas sus secciones de «ciencia») en el momento en que Rusia informa de su propuesta: «El anuncio del presidente ruso sobre la primera vacuna registrada contra la covid-19 ha hecho arquear la ceja al resto del mundo. Nadie espera nada de Moscú a nivel científico o médico«. «Pese a las ínfulas lunáticas del anuncio, nadie fuera de Moscú lo ha tomado en serio», continúa el artículo, destacando que «pronto todo espectador relevante ha girado la cabeza para seguir a los verdaderos competidores de esta carrera por la vacuna, que ahora mismo están en China, EE.UU. y Europa«. «Si lo que pretendía Putin era dar un golpe de efecto y poner a Rusia en el mapa, no lo ha logrado. Lo único a lo que apunta el anuncio es a la desesperación del líder ruso», aseguraron entonces los autores del texto. En la portada de El Confidencial, este miércoles podía encontrarse que la reciente información sobre la eficacia de Sputnik V, de casi el 92 %, compartía espacio con otra nota que indicaba que la vacuna de Johnson & Johnson, producida en Europa con el auspicio de un grupo empresarial de EE.UU. (esos lugares donde están «los verdaderos competidores de esta carrera por la vacuna») presenta una eficacia del 66 %. Pero no todas las críticas han sido tan serias, imparciales y sólidamente argumentadas como las de El Confidencial. La vacuna rusa también ha sido objeto de chanzas y burlas más a ligera. Lluvias de memes y tertulias chistosas en televisión han contribuido también a conformar el contexto de prejuicio y desprecio sistemático sobre el que la Sputnik V ha tenido que imponerse finalmente a fuerza de evidencia científica. «El mejor meme de momento es Angela Merkel teniendo que negociar su importación», señaló un tuitero, en referencia a los contactos propiciados recientemente por la canciller alemana con las autoridades rusas, a las que llego a ofrecer «apoyo técnico» para agilizar una eventual autorización de la Sputnik V por parte de la Agencia Europea del Medicamento que hiciera posible su uso en el ámbito de la Unión Europea (UE). Este acercamiento a Moscú tuvo lugar en medio de un conflicto entre Bruselas y dos de sus proveedores de vacunas a raíz de los retrasos anunciados por estos últimos, que parecía amenazar el correcto abastecimiento de los países miembros de la UE. Argentina y la vacuna rusa como campo de confrontación política En algunos países, la confianza que sus gobiernos –generalmente de corte progresista– depositaron en la vacuna rusa como defensa contra el covid-19 estimuló una agitada reacción mediática en contra, especialmente en los sectores periodísticos cercanos a las posiciones conservadoras o neoliberales. Es el caso de Argentina, donde muchos de los medios nacionales y de los políticos opositores al gobierno de Alberto Fernández dedicaron considerables cantidades de páginas, de minutos en antena y de energía a poner en duda constantemente la validez de la Sputnik V, así como a denunciar la supuesta temeridad del Ejecutivo por abrirle las puertas del país. Una vez más, se ponía de manifiesto el tinte claramente político que tiene la mayoría de los cuestionamientos que se hicieron contra la Sputnik V. Uno de los más activos detractores de esta vacuna en argentina fue el presentador, periodista y neurólogo argentino Nelson Castro, que se convirtió en algo así como el vacunólogo de cabecera del canal Todo Noticias, gracias a sus frecuentes y extensos reportes sobre la Sputnik V, en los que aseguraba contar toda la verdad y se ufanaba de molestar «al oficialismo» con su insistencia en tan noble tarea. Curiosamente, tras esta intensa campaña de cuestionamiento, en su más reciente video al respecto, el periodista y médico argentino se mostró «contento» de ver los resultados de la vacuna rusa en The Lancet. «Nada de lo que aquí dijimos se vio desmentido», dijo aparentemente satisfecho el periodista, autor tan solo un mes antes de un video en el que se refiere al desarrollo de la vacuna Sputnik V como «un cuento ruso». Por lo demás, en el canal Todo Noticias, y en especial en el programa en el que intervenía asiduamente Castro, la siembra de dudas sobre la vacuna rusa fue una actividad constante. De «vacunas de mala calidad» a «un gran avance científico» México ha sido otro de esos países en los que la entrada de la vacuna Sputnik V ha sido accidentada, al menos en términos informativos, políticos y de opinión pública. Allí, el descrédito contra este fármaco se utilizó también como una forma de atacar al Gobierno por la gestión de la pandemia. Especialmente asombroso fue el caso de la senadora mexicana Lilly Téllez, que atacó brutalmente al Ejecutivo de Andrés Manuel López Obrador por decantarse por la Sputnik V atribuyendo esa decisión a que era una «vacuna barata» pero «de mala calidad». Tan solo una semana después, tras la publicación de The Lancet, la misma senadora celebraba el «gran avance científico» que ello supone. Este efecto moderador que ha tenido la publicación de The Lancet en el discurso de muchos detractores de la Sputnik V en México tiene otro de sus máximos exponentes en el perfil de Twitter del comediante y youtuber Chumel Torres, que sin sonrojo alguno pasó de referirse a la vacuna rusa como una «mierda» a expresar su «confianza total» en ella apenas dos semanas más tarde. Aunque el cambio de opinión exhibido por este humorista bien podría ser una ‘boutade’ con más carga sarcástica que sinceridad, no deja de reflejar, voluntariamente o no, cómo la vacuna rusa, al demostrar sobradamente su validez, ha acallado finalmente la campaña de descrédito que bullía en México desde su mera aparición. Probablemente la muestra más notoria del alcance e intensidad de esa campaña es el hecho de que varios senadores mexicanos hayan pedido literalmente disculpas a Rusia «por la falsa y lamentable información que se ha difundido recientemente por diversos personajes y medios de comunicación», en un comunicado del pasado 29 de enero. Doble vara de medir Uno de los mantras más repetidos para socavar la credibilidad del proyecto ruso de vacunación cada vez que el gobierno de algún país mostraba interés en adquirir dosis de la Sputnik V era que no se habían completado debidamente sus ensayos clínicos, o que no contaba con la aprobación explícita de la autoridad sanitaria pertinente. Ninguna alarma similar saltó, por ejemplo, ante los acuerdos de pre-compra firmados entre la UE y los laboratorios AstraZeneca o Pfizer, en los que se contemplaba la adquisición de cientos de millones de dosis de estas vacunas, que por aquel entonces tampoco habían completado la fase III de sus respectivos ensayos clínicos, ni habían obtenido el visto bueno de la autoridad sanitaria del bloque europeo. Muy al contrario, los grandes medios de comunicación de la región daban a entender sin problemas –en un tono cercano al optimismo y a la esperanza–, que una vez que culminaran con éxito los ensayos clínicos, y sólo entonces, la vacuna se produciría en masa y se distribuiría para su aplicación sanitaria. En las páginas de los principales medios y agencias de noticias europeas se hablaba entonces de «resultados prometedores» y los políticos comenzaban a evocar «el principio del fin» de la pandemia. Mientras tanto, desde la oposición política y mediática de los gobiernos que confiaban en la Sputnik V se hablaba de temeridad y de irresponsabilidad, y en la mayoría de los países occidentales la vacuna rusa era más un mejunje opaco y exótico que propiciaba burlas basadas en rancios estereotipos culturales que un proyecto sanitario sólido a tener en cuenta. Hoy, la contundencia de los datos científicos publicados en The Lancet ha introducido un importante cambio en la percepción global de la vacuna rusa. Mientras algunos de los otros proyectos vacunales (aquellos «verdaderos competidores») se han visto enredados en conflictos contractuales o han arrojado cifras de efectividad más modestas, la vacuna Sputnik cumple sobradamente con los estándares exigidos por las autoridades sanitarias internacionales, y con los contratos de suministro firmados con varios países del mundo. Queda ya, por tanto, muy poco margen para la discusión. Sin embargo, en el camino de la Sputnik V hacia su éxito actual, ha podido encontrarse, una vez más, el notorio rastro de la desconfianza injustificada, la rusofobia y los prejuicios que habitan en una parte considerable de las sociedades occidentales y en algunos de sus dirigentes políticos y mediáticos. Y contra esas actitudes, no consta que exista por ahora una vacuna eficaz.