La pornografía en todas sus variantes está íntimamente ligada a la obtención de placer y al despertar de la curiosidad sexual. Además de reducir el estrés, aumentar los niveles de fantasía y de permitir la autoexploración, entre otros aspectos. Sin embargo, también se han descrito consecuencias negativas para la salud mental, especialmente en menores de edad.

Así se explicó durante el 22º Congreso de Patología Dual en el que participaron tres especialistas en la materia: Gemma Mestre-Bach, personal docente investigador (PDI) de la Universidad Internacional de la Rioja; José Antonio Navarro Sanchís, médico psiquiatra del Hospital Universitario Vall d’Hebrón (Barcelona); y Carlos Chiclana, también médico psiquiatra que dirige una clínica propia en Madrid.

Los tres coinciden y sostienen que se podrían llegar a generar conductas sexualizadas problemáticas y cierta predisposición a una iniciación temprana de la actividad sexual con unas expectativas poco realistas de estas relaciones, conductas sexuales de riesgo, agresividad sexual, distorsión de los roles de género y objetificación de la mujer.

Según Mestre-Bach, el consumo de pornografía por parte de la población infanto-juvenil afecta a su desarrollo neuropsicológico, funcionamiento sexual y puede desencadenar trastornos de hipersexualidad porque se encuentran en un estadio evolutivo en proceso, tanto a nivel físico y socioemocional como cognitivo. “Esto se traduce en que las habilidades de procesamiento están inacabadas y, por esa razón, separar realidad de ficción les cuesta mucho más. Desde luego, una temprana exposición a contenido sexual puede tener consecuencias relevantes a corto y largo plazo” advierte.

¿Por qué consumimos pornografía?


Al estudiar y analizar por qué la población infanto-juvenil consume pornografía es muy importante tener en cuenta los siguientes factores:

  • Años y edad de inicio: es decir, cuándo fue la primera vez que consumió pornografía. Un estudio reciente de Save the Children muestra que el 46,2% empieza entre los 3 y los 17 años y el 53,8% entre los 6 y los 12 años.
  • Tipo de exposición: en este sentido, puede tratarse de una exposición no intencional o intencional. En el primer caso, encontramos un porcentaje que oscila entre el 19% y el 32%, y en el caso del consumo intencional, las cifras varían entre el 22% y el 84%.
  • El género: se observa una mayor presencia y uso en los chicos que en las chicas.
  • Frecuencia: una variable que recientemente se ha demostrado que quizá no tenga tanta relevancia para determinar si el uso es o no problemático.

Hay que tener en cuenta que acceder a contenido pornográfico tanto para niños, adolescentes como para adultos es más sencillo actualmente a través de internet, que aporta accesibilidad, asequibilidad y anonimidad. Es lo que se conoce como la triple A.

De esta manera, la pornografía puede convertirse en la principal fuente de educación sexual de niños y jóvenes y, por consiguiente, condicionar la actividad sexual de los jóvenes. Por ejemplo, los adolescentes comparan su actividad con lo que visualizan e intentar copiarlo para satisfacer al otro.

¿Cuándo podría estar afectando a la salud mental?

Para Carlos Chiclana, este tipo de consumo se está convirtiendo en un problema en el momento en el que las fantasías, impulsos y conductas sexuales interfieren de manera repetitiva en las actividades y obligaciones diarias. “Este análisis es válido tanto para menores como para adultos. Aunque quieren controlarlo no pueden. Llega un momento que no se recibe placer y aun así se sigue consumiendo. Es entonces cuando podemos hablar de un uso problemático de la pornografía”, advierte el psiquiatra.

Gemma Mestre-Bach expone un ejemplo. “Se dan casos en los que cada vez se necesita ver más contenidos pornográficos más extremos y/o más sofisticados y/o consumirlos con mayor frecuencia. Esto puede acabar ocasionando que la persona desatienda responsabilidades en diferentes contextos de su vida, lo que le puede llegar a generar ansiedad, culpabilidad, depresión y conflictos interpersonales”.

Un problema clínico, no moral

Los tres expertos coinciden en la necesidad de atender el problema desde un principio como realidad clínica, no como algo moral o cultural. Éstos aseguran que el uso problemático de pornografía manifiesta semejanzas en cuanto a comportamiento con otras adicciones. De modo que, la manera de resolverlo también es similar: acudir a un profesional para aprender a controlar esta conducta a través de tratamientos individualizados. “La sexualidad es un doble fenómeno físico y psicológico. Dentro del campo de la sexualidad, deberíamos liderar estos problemas de forma interdisciplinar”, explica Navarro Sanchís.

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Chiclana propone realizar un abordaje integrador (biológico, psicológico, de actitud y teniendo en cuenta el entorno) y multidisciplinar, en el que participen padres, escuelas, pediatras y especialistas en salud mental. Los profesionales pueden valerse de herramientas como entrevistas psicosexuales, psicoterapia, farmacología y psicoeducación. Estos y otros instrumentos complementarios, como los grupos de apoyo, ayudan a prevenir recaídas y gestionar la conducta sexual.

En el caso de los adolescentes, Mestre-Bach señala que “las herramientas más planteadas por los expertos para prevenir el uso problemático de la pornografía son dos: el control parental en internet y la educación sexual. Algo en lo que coincide la Asociación Americana de Pediatría, que recomienda además establecer dos horas máximo de conexión y promover el uso de internet en espacios compartidos del hogar.